Un día de estadio es una verdadera experiencia digna de
vivir antes de morir por supuesto, es el olor a comida exótica, variada e
inimaginable, es la pasión expresada en
canticos, puteadas, risas y cabreadas, es la pelea por el puesto, por la
morboseada a tu acompañante, y la mezcla de lluvia con meado que es un sinónimo
de bautismo en el templo del deporte.
El día para ir al estadio comienza por la tan cuidada,
descocida , desgastada camiseta, bien guardada pero jamás olvidada, luego la
llamada a los amigos, y elegir el lugar de encuentro, que generalmente sabe ser
la tienda cerca del coloso, donde se toman las respectivas “bielas para entonar”,
de allí empieza la conversación, el pronóstico, la salida y la organizada
rematada sin importar el resultado que se obtenga.
Ya se acerca la hora del partido, y se debe hacer la fila
para ubicarse en los mejores puesto , aquí empieza las primeras rencillas con
quienes llevan tu misma pasión pero no tu mismo carácter, así que entre puteadas
y punteadas la fila se vuelve rápida , ya dentro el olor cambia radicalmente el
césped como alfombra persa te recibe, los nervios y los tabacos ya están, el
manicero que te pisa los pies o el que vende agua con el balde con doble fondo
donde esconde la biela y la guanchaca, solo esperamos la pitada del individuo
del que todos quieren y conocen a su
madre.
En el transcurso del partido no puedes moverte, y el vaso
donde te sirven la cerveza lo vuelves a llenar y lo compartes con la gente, el
partido transcurre con alegrías y arrecheras, es la oportunidad para desahogar
esas puteadas que durante el día en la oficina, en la casa o en la calle la tuviste
reprimida, el resultado cualquiera que
sea no te quita la emoción, las risas, los meados recibidos y los goles
gritados, aunque en ocasiones y solo en ocasiones , deseas que eso que pasaste
se olvide en ese instante.
No hay comentarios:
Publicar un comentario